Small City Architecture: Walden 7 as a Social Network

[Originally published in RocaGallery.com. Versión en castellano sigue a continuación]

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“The city is like a great house, and the house in its turn a small city” -Leon Battista Alberti

Social networks are nothing new. They have existed for several millennia, ever since the construction of the first human settlements. And just as the first digital social media networks grew in complexity, so did early human settlements, albeit much more slowly; their growth giving rise to all kinds of new social behaviours along the way.

At the root of every social network, digital or urban, lies a desire to belong to a ‘tribe’, to see and be seen, and to outwardly project an idealized personal image, something that inevitably requires screening from public view certain realities. ‘Privacy controls’ are fundamental to social networks, as it is through blinds, shutters, doors and thresholds that we adjust levels of privacy to our level of comfort.

If there’s a building in Barcelona that represents an attempt to recreate the social network of a ‘small city’, then it is surely Walden 7. It’s a housing complex, completed in 1975, by the multidisciplinary studio Taller de Arquitectura fronted by a Ricardo Bofill, who later became famous for designing bombastic neo-classical social housing projects in France. Walden 7, home to over a thousand residents, was built on the site of a defunct, sprawling cement factory as a pilot project for a larger plan involving two more structures of similar size and proportion that were never completed. Today, over four decades later and surrounded by more recent urban development, Walden 7 is still a highly relevant example of a housing architecture whose communal spaces seek to achieve an ideal of ‘community’ that was much in vogue in the 1960s and 70s.

Anna Bofill, a founding member of the Taller (Spanish for ‘workshop’) and long-time resident of Walden 7, explains that this project grew out of the studio’s previous works such as the Barri Gaudí (Reus, Tarragona) and Kafka’s Castle (Sitges, Barcelona), as well as the theoretical project La ciudad en el espacio (The City in Space); all of which are based on the aggregation of individual modules into both dwellings and neighbourhoods and a richness of intermediary communal spaces. The aim was to achieve a porous mixed-use structure that offered a variety of private, communal, and public spaces, thereby lending it to better social connectivity than the monolithic and mono-functional housing blocks of the period. Indeed, Walden 7 “set out to destroy”, in Anna’s words, the “anti-social functionalist housing block prescribed by CIAM (Congrès Internationaux d’Architecture Moderne).” Very May 1968 indeed.

To achieve this, the Taller looked to none other than the vernacular Mediterranean hillside town, extrapolating its intricate urban fabric three-dimensionally through mathematical algorithms developed by Anna Bofill (and expounded in her 1974 doctoral thesis). The result is a 16-storey-tall structure containing 446 dwellings as well as offices, shops, a communal roof terrace with two swimming pools, five monumental courtyards, and five kilometres of outdoor access walkways.

It is in Walden’s extensive network of ‘streets’ that neighbours connect the most. The many nooks and bays are appropriated by residents for growing plants or simply enjoying a moment of sunshine. Walden’s dwelling units themselves have very little in the way of private balconies or terraces; so domestic life occasionally spills into its streets instead, not unlike life in traditional Mediterranean villages. Marta Nebot, an English teacher who has been a waldenita for 22 years, tells me that she occasionally hosts aperitivos and even dinner parties on the ‘street’ in front of her home. “For children, Walden 7 is magical!” she says, referring to the communal swimming pools and ping-pong tables, but also the improvised playing of hide and seek enabled by the building’s complex intricacy.

Walden’s cultural events program —weekly movie nights, music recitals and dance performances— is today no longer as active as it once was, laments Anna Bofill (who is also a renowned composer). “Over the last decades, this building has become more bourgeois and less communal, much in line with the late-capitalist trend toward consumerism and individualism.”

Perhaps the rise of digital social media networks really is diminishing the more traditional social network of the city after all. It’s a good thing, then, that Walden 7 still stands as a reminder of the possibility of a more socially conducive ‘small city’ architecture.

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Arquitectura de ciudad pequeña: Walden 7 como red social

“La ciudad es una casa grande, lo mismo que la casa es una ciudad pequeña” -Leon Battista Alberti

Las redes sociales no son un fenómeno nuevo. Existen desde hace varios miles de años, podríamos decir que nacieron con la aparición de los primeros asentamientos humanos. Y al igual que las primeras redes digitales de los medios sociales se volvieron más complejas, también evolucionaron los primeros asentamientos humanos, aunque lo hicieron a un ritmo mucho más lento; su crecimiento dio pie, a lo largo de los años, a todo tipo de comportamientos sociales.

En la base de cualquier red social, digital o urbana, yace un deseo de pertenecer a una “tribu”, de ver y de ser visto, de proyectar al exterior una imagen personal idealizada, algo que requiere inevitablemente mantener ciertas realidades alejadas de la mirada pública. Los «controles de la privacidad» son fundamentales en las redes sociales, de la misma manera que también ajustamos los niveles de la privacidad doméstica a través de persianas, cortinas, puertas y umbrales.

Si existe un edificio en Barcelona que represente un intento de recrear la red social de una “pequeña ciudad”, ese es, sin lugar a dudas, Walden 7. Se trata de un complejo residencial construido en 1975 por el estudio multidisciplinar Taller de Arquitectura encabezado por Ricardo Bofill, quien más tarde ganó fama tras diseñar grandilocuentes proyectos residenciales sociales neoclásicos en Francia. Walden 7, hogar para unos mil residentes, se erigió en el solar de una desaparecida fábrica de cementos, como un proyecto piloto dentro de un desarrollo más grande que debía incluir dos complejos más, de tamaño y estructura similar al primero, y que nunca llegaron a construirse. Hoy, más de cuatro décadas más tarde y rodeado por planes urbanísticos más recientes, Walden 7 es todavía un ejemplo relevante de una arquitectura residencial cuyos espacios comunes tratan de conseguir un ideal de “comunidad”, muy en boga en los años sesenta y setenta.

Anna Bofill, miembro fundadora del Taller y habitante del Walden 7 desde hace años, explica que este proyecto nació de trabajos previos del estudio como el Barri Gaudí (Reus, Tarragona) y el Castillo de Kafka (Sitges, Barcelona), así como el diseño especulativo La ciudad en el espacio. Todos estos proyectos están basados en la suma de módulos individuales, tanto en los apartamentos como en el entorno, con una gran riqueza de espacios intermedios comunitarios. El objetivo era lograr una estructura de uso mixto porosa que ofreciera una variedad de espacios privados, comunitarios y públicos, con una conectividad social mejor que los bloques de vivienda monolíticos y unifuncionales de la época. De hecho, Walden 7 “se proponía romper», en palabras de Anna, con el «bloque residencial antisocial y funcionalista propugnado por el CIAM (Congrès Internationaux d’Architecture Moderne)”. Muy del estilo del Mayo del 68, ciertamente.

Para lograr este objetivo, el Taller se inspiró en los vernáculos pueblos costeros mediterráneos, extrapolando su intrincado tejido urbano a un plano tridimensional a través de unos algoritmos matemáticos desarrollados por Anna Bofill (y explicados en su tesis doctoral de 1974). El resultado es una estructura de 16 plantas con 446 unidades residenciales, además de oficinas, tiendas, una terraza comunitaria en la cubierta con dos piscinas, cinco patios enormes y cinco kilómetros de pasajes de acceso al aire libre.

Es en esta extensa red de “calles” donde los vecinos interactúan más. Los abundantes rincones y miradores son lugares perfectos para tener macetas con plantas o simplemente disfrutar de un momento de sol. Las unidades habitacionales del Walden en general no disponen de terrazas o balcones privados, de modo que la vida privada ocasionalmente sale de casa y discurre en las calles, muy parecido al estilo de vida en los pueblos tradicionales mediterráneos. Marta Nebot, profesora de inglés y waldenita desde hace 22 años, cuenta que a veces celebra aperitivos e incluso comidas en la “calle”, al frente de su casa. “Para los niños, Walden 7 es un lugar mágico”, comenta en referencia a las piscinas comunitarias y a las mesas de ping-pong, pero también menciona los juegos al escondite improvisados auspiciados por el recorrido laberíntico del edificio.

El programa cultural del Walden —noches de cine semanales, recitales de música y actuaciones de danza— no es hoy en día tan dinámico como solía serlo hace tiempo, se lamenta Anna Bofill (que además es una compositora de renombre). “En las últimas décadas, este edificio se ha vuelto más burgués y menos comunitario, muy en la línea con la tendencia capitalista hacia el consumo y el individualismo.”

Al fin y al cabo, quizá las redes sociales digitales están sustituyendo progresivamente a las redes sociales tradicionales de la ciudad. En ese caso, es una buena noticia, entonces, que el Walden 7 siga en pie como recordatorio de la posibilidad de una arquitectura típica de “pequeña ciudad” que fomente la socialización.

[traducción: rocagallery.com]

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